He encontrado interesante el artículo que recientemente publicaba El País sobre cómo piensan los equipos que más rápido resuelven problemas, ya que, según diversos estudios, la clave está en la diversidad cognitiva: cuanto más alta, más eficientes, aunque sean de la misma etnia, género y edad.
No puedo estar más de acuerdo, aunque el artículo ignora la clave de la resolución de problemas: la metodología.
Cuando el profano se acerca por primera vez al problem solving lo hace, con la secreta esperanza, de descubrir un método secreto para invocar a las musas de la inspiración o a la diosa de la fortuna. Es una aproximación muy humana y también es la puerta por la que se cuelan los gurús y los vendedores de «crece pelo empresarial».
El problem solving es una disciplina y, como tal, tiene sus propias metodologías.
Cuando aprendimos en el colegio a resolver ecuaciones de segundo grado, lo que hicimos fue aprender metodologías para resolverlas: solución por factorización, por completación de cuadrados y, la más popular, mediante la aplicación de la fórmula . Desde el momento en que aprendimos estas metodologías, los problemas dejaron de ser tales para convertirse en tareas. Esta es la clave y la esencia del problem solving.
Obviamente la resolución de problemas complejos de negocio no es comparable a la resolución de una ecuación de segundo grado con una incógnita, debido a que los agentes implicados, las áreas, departamentos y las variables externas son múltiples, así como las incógnitas. Todo lo anterior no significa que la aplicación de una metodología sea imposible. Será complejo, pero factible, y los beneficios de su integración en la cultura de la empresa tendrá un valor incalculable.
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